¿Por qué hacer yoga?

¿Por qué hacer Yoga?

A veces me preguntan por qué hago yoga.
Sobre todo al principio, cuando empecé a asistir a clases sin imaginar que algún día me convertiría en profesora.

Recuerdo claramente mis inicios: mis manos no llegaban ni a las rodillas al inclinarme hacia adelante, la lentitud me inquietaba y “dejar la mente en blanco” en la relajación final me parecía una meta imposible. Aprender a parar, a descansar, a dejar fuera de la sala la vorágine de la vida cotidiana fue —y sigue siendo— una aventura y un desafío. Pero con el tiempo, todo empezó a fluir con más naturalidad.

Las primeras clases las vivía con una mezcla de desconfianza, curiosidad y algo de miedo, pero también con una profunda apertura y ganas de aprender. Aunque el cuerpo y la mente resistían, algo dentro de mí se transformaba silenciosamente. Salía de cada sesión renovada, más liviana, más conectada.
Era como si algo en mí se “reuniera”: una sensación de paz, de calma, de poder respirar mejor. El yoga me ayudaba a bajar la intensidad de mi impulso vital —ese que tantas veces me llevaba al límite— y me ofrecía una nueva forma de habitarme, de estar presente, de vivir.

Con el tiempo, la práctica se convirtió en un camino de integración.
Me ayudó a reconectarme conmigo misma, a reconocer mis emociones, mis necesidades, a darles espacio y cuidado. Me tendió la mano una y otra vez, especialmente en los momentos difíciles. A través del cuerpo, pude escuchar el lenguaje del alma.
Vi mi dolor, mi sombra, mi historia… y poco a poco aprendí a abrazarla.
Bajo capas de creencias y condicionamientos, fui descubriendo un nuevo propósito y la posibilidad real de una vida más plena, más consciente.

Incluso en mis procesos de enfermedad y recuperación del cáncer, el yoga fue un espacio de oxígeno, claridad y esperanza. La práctica me sostenía cuando las fuerzas flaqueaban y me devolvía a la vida a través de la respiración y el movimiento consciente. Hoy, la ciencia confirma lo que mi experiencia personal ya sabía: el yoga reduce los niveles de estrés, mejora la calidad del sueño, modula el sistema inmunológico y favorece la neuroplasticidad —es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse, sanar y aprender nuevas formas de bienestar—.
La neurociencia respalda cómo las prácticas de atención plena, respiración y movimiento consciente regulan el sistema nervioso autónomo, equilibrando los estados de alerta y calma, fortaleciendo la resiliencia y la capacidad de afrontar los desafíos vitales.

Han pasado más de veinte años desde aquella primera clase.
Hoy sigo llegando a la esterilla cada mañana con la misma curiosidad, respeto y amor por la práctica.
Desde Ling Natural Yoga, comparto esta experiencia con otras personas, uniendo la sabiduría ancestral del yoga con el rigor de la ciencia moderna, la neurociencia, la biología del cuerpo en movimiento y la escucha profunda del ser.

Porque hacer yoga no es solo moverse o estirarse.
Es volver a casa, al lugar donde mente, cuerpo y espíritu se reencuentran en coherencia y presencia.
Es una práctica viva, que nos enseña cada día a respirar, a sentir, a estar…
y a vivir con más conciencia y amor.

Ling

Deja un comentario